Disfrutar el proceso

Vengo pensando en este tema hace rato y también ha pasado bastante tiempo desde que este tipo de foto, tomada desde lejos y con el teléfono, se volvió prácticamente innecesaria ya que la oportunidad de estar en frente y a pocos metros se volvió más y más recurrente (aunque al mismo tiempo parece que va desapareciendo).

Hace pocos días atrás volví a hacer fotos en conciertos después de un largo rato -a esta altura el concierto de Riverside es prácticamente una anécdota- y la verdad es que me gusta lo que hago y lo que he conseguido, pero por alguna razón cada vez pareciera que es más difícil hacerlo y ya sabrás por qué.

Siempre lo digo: me gusta trabajar y tomar fotos sin alterar o modificar la experiencia de nadie y, por lo mismo, los conciertos o la ciudad me permiten tomar cierta distancia y concentrarme en lo que quiero hacer, sin complacer a nadie, sólo mis intereses y que, posteriormente, se conviertan en un bonito recuerdo.

En ese sentido, el proceso de tomar fotos para mi se reduce a dos momentos muy particulares, y nada de extraños para quienes se dedican a esto: tomar la foto y editarla.

“Hacer una foto” es algo rápido, casi instantáneo, dónde tienes que tener claros ciertos parámetros que me permitirán plasmar mi visión de una forma, correcta; tomada la foto y acabado el tiempo disponible, el momento se fue y ya no queda más que hacer con la cámara en mano. Puede sonar exagerado, pero esos instantes, especialmente en conciertos, todo pasa a segundo plano e incluso una sonrisa se siente en mi cara, más allá de las varias dificultades inherentes del momento.

Por otro lado, cuando estoy caminando por la calle veo muchas situaciones de reojo y basta eso para dar unos pasos hacia atrás, tomarse el tiempo y reflexionar sobre que fue lo que te llamó la atención o pensar en “que puedo hacer con esto”. Y así, se fue.

Todas mis fotos tienen esas situaciones en común y es parte de lo que me gusta; la foto de arriba viene a ser una mezcla de ambas experiencias y en ese momento pensaba en todo lo que acá digo, por eso le tengo un particular cariño.

Ahora, la segunda parte puede ser incluso más entretenida y al mismo tiempo la más frustrante y extensa. Esa es la, desconocida por muchos, edición. Por acá el proceso es el mismo para todas las fotos: primero elegir cuales valen la pena para continuar, aplicar una edición muy pequeña de base (que viene a ser parte del sello) y luego ir una por una moviendo sutilmente opciones, resaltando sus virtudes y/o defectos con el propósito de mostrar ese particular momento bajo mi mirada, bajo mis intenciones, donde nadie más puede intervenir. Pongo un poco de música, si quiero abro una cerveza y todo comienza a tomar forma (a altas horas de la noche), para bien o para mal y siempre se pasa bien. De hecho, con solo describirlo, hay una sensación de satisfacción inmediata.

Ahora, todo lo anterior choca bastante de golpe con una tercera parte que está fuera del proceso, pero que influye directamente, al menos para mi, en la motivación para seguir, y si has leído otras cosas que he escrito, creo que sabes para donde va todo esto: el compartir tu trabajo.

Desde que tengo memoria, las fotos siempre han sido sinónimo de revivir historias y transportarse instantáneamente a otro momento, algo que quizás aplica desde un punto de vista más familiar y personal. ¿Pero que pasa cuando estoy tomando/editando una foto que tiene una historia en mi mente o que registra a un artista que pocos conocen? ¿Cómo podrán otros disfrutar esa foto? ¿Tengo que escribir una descripción detallada? Y si lo pienso más ¿se puede disfrutar algo tan personal desde afuera?

Acá es donde se me plantea una encrucijada que no sé como resolver, aún cuando ahora tengo todo en su mayoría automatizado para poder compartir lo que hago haciendo el menor esfuerzo posible: ¿Cómo comparto mis fotos? y ¿cómo consigo retroalimentación si pareciera que nadie está dispuesto a decir nada al respecto? Es difícil pensar en eso si día a día todo lo que hago llega a menos personas, porque si bien el proceso es para mi, siempre es agradable sentir o recibir reales palabras de apoyo. ¿Cómo se consigue en estos tiempos donde todo el contenido disponible pareciera ser bastante desechable?

Más allá de eso, creo que lo que más he disfrutado del “compartir” mi trabajo es regalar fotos, incluso se disfruta ese nervio al entregar en la mano ese “momento” porque todo se vuelve más personal; también ocurre al repasar mis libros de impresiones con alguien al lado, porque en ese momento puedo ver la cara de otra persona y saber que es lo que le gusta exactamente y, en el instante, poder complementar diciendo, “esto recuerdo de ese día”. Quizás ahí está la respuesta a todas estas interrogantes, pero el proceso empieza a tomar otra dimensión.

Bueno, no sé, creo que no queda más que disfrutar el proceso, y seguir.

Si quieres decir algo al respecto, hazlo, acá o donde quiera que hayas visto esto el link a este texto.

Julio

Anterior Otros tiempos, otras formas, otras líneas
Siguiente Intersección

2 Comments

  1. […] hacia arriba y si aparece un edificio con elementos amarillos, es obvio que llamará mi atención. Como siempre, el momento sirvió para detenerse, enfocarse en un detalle y pensar un poco. Más allá de la tecnología, la comunicación siempre […]

Disculpa, pero si necesitas alguna foto, ponte en contacto conmigo. Gracias ;)